LA CASA RECOMIENDA

“¿Existen las ruinas si nadie las mira?”
A propósito de Ruina, de Jonnathan Opazo Hernández.

Por Ismael Rivera L.

Terremoto de 1906, Concepción. ©Manuel Domínguez Cerda

“Primero la ruina, después el futuro” 

Pensar en ruinas me transporta a la niñez. Mi papá nos llevaba a mi hermano y a mí, cada domingo, a subir el cerro a cuyas faldas estaba nuestra casa. La caminata terminaba siempre en el mismo lugar: las ruinas del internado. Era largo el camino para mis 8, 9, 10 años. Dos horas de caminata que tenían su pausa en un galpón abandonado a medio camino, lleno de fibra de vidrio que parecía lana, como una versión sintética del campo. Recuerdo pensar en Los Tres y en la canción del aval que moría en un galpón. Siempre pensé que ese era el galpón donde había muerto el aval. La ruina despertaba en mí la posibilidad de la ficción, de imaginar un pasado a ese lugar deshabitado, y habitarlo. Ni hablar de llegar a lo que fue alguna vez el internado. Correr entre las piedras por las que alguna vez corrió otro estudiante. Reconstruir lo que fueron salas. Nadar en una piscina inundada de plantas y sin agua. Imaginar el suplicio de estar internado en ese lugar. Todo de piedra, nuestras ruinas personales.

Ruina y muerte, se podría pensar. Pero la ruina como ese vértice que toca a lo muerto con lo vivo.

Este libro de Jonnathan Opazo está lejos de equiparar la muerte a la ruina. Desconfía de sus acepciones en el diccionario. Estas columnas sobre las que se sostiene el libro se resisten a una sola imagen estática. Hay un pensar vivo que transita entre los escombros de la memoria, más cercano a la maleza que se multiplica en un sitio derruido que a los edificios que se levantan tras el incendio “accidental” de una casa antigua. La ruina aquí es fértil para todo nivel de interpretaciones. El sitio eriazo, una posibilidad sobre la que levantar un pensamiento precario, en su mejor sentido, hecho con lo que se tiene. Entre las grietas de este libro se cuela la mirada personal de un poeta que utiliza la ruina como el hilo que une al tejido. Son sus referencias las que dialogan, la arbitrariedad para ver desde dónde se aborda la inquietud. Porque es justamente la particularidad de esa mirada, que no rehúye a lo poético, la que entrega a quien lee la posibilidad de sumergirse en la nostalgia de la piedra. Y así es como nos topamos con un estilo que deambula entre el foco marginal de Palahniuk en Errores humanos y con el Borges divulgador de Historia universal de la infamia (y no, no hace mención alguna a las ruinas circulares, sí a las ruinas rurales, como un juego arltiano).

©Jonnathan Opazo Hernández

“Tener acceso a las ruinas: acceder a un
tiempo que se mueve a saltos, a tropezones” 

Opazo transita por Rilke, Benjamin, Tellier, Petronio, Tarkovsky, Sarzoza, Ballard, Safo, González Bastías, Preciado, por nombrar a algunxs, con la naturalidad que le entrega el tema sobre el que está hablando. Podría haber sido el surgimiento del grunge en Seattle tras el despojo industrial, podría ser la debacle del salitre en el norte de Chile. Del cine a la filosofía, de la Lira Popular a la tradición literaria europea. Del siglo XVII al XXI. Ese es el gusto que dejan estos textos, como si estuvieran pensados para ser contados al fulgor de una mesa, con la garganta bien hidratada y el pensamiento en caliente. Existe un lugar desde el cual se habla, un escorzo, que es el de la provincia. En un país centralizado, nos dice el autor, lo que no es centro es ruina permanente. Y en esa ruina fermenta un pasado ineludible sobre el cual preguntarse, con la libertad que dan las orillas. Si todo llega desordenado, si todo lo que llega es un goteo, las referencias aparecerán según la reflexión mande, caótica incluso, como una ciudad en reconstrucción, lejos de todo plan. 


“el mar es la memoria y el olvido” 

Ruinas nos invita a un recorrido crítico, un paseo por aquello que sabemos inevitable a cada paisaje, que nos obliga a preguntarnos por nuestra propia obsolescencia en el tiempo. Parece interpelar la supuesta grandeza de una civilización que constantemente construye y destruye fortalezas contra el tiempo, sea en guerras, desastres naturales o por la voluntad de un Dios antojadizo, sin entender que el tiempo no para y que nos construimos de fragmentos de pasado, que levantamos nuestros cimientos sobre ruinas, siempre. Que nos levantamos con lo poco que alcanzó a decir un cuerpo devuelto por las olas. Y sin embargo, cuánto hablan esos harapos, cuánto la pesadilla, cuánto dice el silencio.
Buscar en la piedra la trascendencia de la carne es una labor absurda, nos recuerda Opazo. Incluso las piedras se enferman de nostalgia y recuerdan en su delirio que fueron arena antes de acoplarse en lo que creyeron permanente. Hasta la dureza de la piedra se equivoca y vuelve a la fragilidad de la arena.

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Ruina (Editorial Bifurcaciones, 2021) 

Acerca del autor:
Isma Rivera L. (Santiago)
Poeta, cantor y editor. Ha publicado los poemarios Rincones (Chancacazo, 2010), Desbautízame (Oxímoron, 2015) y Tizne (Cerrojo Ediciones, 2019). Ha publicado los discos de poesía musicalizada Desbautízame (Sello Remolino, 2015) y La última cena de los buitres (Sello Precario, 2019)

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