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EN CAÍDA LIBRE
PEDRO ANTONIO GONZÁLEZ
(1863 - 1903)

“Chile no había tenido poesía sino desde Pedro Antonio González, que la anterior era de imitación pobre, de nada”. Estas fueron las palabras que utilizó una joven Gabriela Mistral para celebrar la publicación del libro Poesías (1917) de Pedro Antonio González. El acierto fue una apuesta de la Editorial Nascimiento, impulsado por su fundador Carlos George-Nascimento, quien invertiría de su propio dinero para publicar un volumen de 400 páginas de la obra de un enigmático y fallecido poeta de Curepto.
Por Felipe Reyes F.

“Tuve debilidad por la poesía, lo que, para un editor, desgraciadamente, es una forma elegante de suicidio”
 Carlos George-Nascimento

1917 llega a su fin. La reciente Revolución Rusa ocurrida en octubre continúa siendo tema obligado en la prensa de la época, la que también destaca la nueva publicación del español Miguel de Unamuno, Abel Sánchez, y Prufrock y otras observaciones, del norteamericano T. S. Eliot. Los tres títulos publicados por la nueva editorial Nascimento han logrado la aceptación del público. Carlos está contento y decide que es el momento de la que sería su protegida: la poesía. Así, esta vez con capital propio, aparece Poesías de Pedro Antonio González, volumen de más de cuatrocientas páginas, autor para entonces ya fallecido que había logrado notoriedad a fines del siglo XIX y comienzos del siguiente. Durante los meses al frente de la librería en su período de venta, Carlos queda prendido de estos versos recogidos por la revista Selva Lírica, aparecida por esos días, publicación que le permite conocer también la obra de jóvenes poetas chilenos.

Pedro Antonio González, maestro normalista del Instituto Nacional y colaborador del diario La Ley, pese a ser ampliamente conocido en los círculos literarios de la época, permanecía inédito. Es gracias a su amigo Marcial Cabrera Guerra –director del diario radical La Vanguardia– que el poeta ve aparecer su único libro publicado en vida, Ritmos (1895); que incluía versos que después se expandieron de boca en boca por salones, tertulias y cantinas del Santiago antiguo.

El escritor José Santos González Vera, al evocarlo sostiene que el poeta-profesor si tenía clases era “porque se las ofrecen. Consiente en publicar solo por la insistencia de Marcial Cabrera Guerra. Es taciturno y se basta, aunque con privaciones y bordeando la miseria. De no haber tenido trabajo, calladito habría muerto de hambre”.

Carlos George-Nascimento disfruta de esta obra que, en palabras de González Vera, “renueva la poesía con formas métricas que los líricos de entonces no emplean, con ritmos sorprendentes y una pedrería verbal antes desconocida, que interrumpe el lenguaje poético en uso, tan opaco y provinciano. Sin llegar al modernismo, lo prepara”, y el editor está orgulloso de publicarla. La obra de Pedro Antonio González acrecienta su interés en la poesía chilena, la que lee atentamente. 

Carlos George-Nascimento
La escasa obra de Pedro Antonio González, de “inspiración más exaltada que vigorosa, algo ruda, variada, de intención amplia y profundizadora (...), más atraído por el hombre que por la naturaleza; de fondo amargo, irritado, disgustado de todo, como si lo asediara un remordimiento que no pudiera desechar”, señalaría nuevos caminos para jóvenes creadores de la época como Samuel A. Lillo, Diego Dublé Urrutia y Carlos Pezoa Véliz. 

La edición de Nascimento, que incluía un completo estudio sobre la obra del poeta, fue preparada por el crítico y entonces director de la revista Pacifico Magazine, Armando Donoso, señalado como “quien inició la crítica moderna.” Para Alone, el trabajo de Donoso: “ensalzó ante el público el modernismo, no con ditirambos huecos u obras extravagantes, sino a fuerza de erudición seria y de vastas informaciones.” Desde ese momento, Armando Donoso también se sumaría como uno de los asesores de la naciente editorial. La joven Gabriela Mistral celebraría tan importante publicación; en carta pública a Donoso, la autora de Los sonetos de la muerte señala que “Chile no había tenido poesía sino desde Pedro Antonio González, que la anterior era de imitación pobre, de nada”.  

Luego de una vida de retraimiento, austeridad y miseria, durante el invierno de 1903, la salud del poeta se reciente y se acentúa su afección cardiaca. Llegada la primavera, es internado en el antiguo Hospital San Vicente de Paul –hoy Hospital José Joaquín Aguirre–, del que no saldrá con vida. En esos largos y oscuros días de hospital el poeta le comentará a un amigo:

Cuando las puertas del hospital se cierran y ya está entrando el crepúsculo, me pongo triste. Esta sala se va oscureciendo poco a poco. Voy persiguiendo la luz que se va por arriba del muro, por las ventanitas. Entonces entra la luz mortecina del farol. Pienso las cosas más disparatadas. Y aunque me han puesto este biombo para que no mire a los otros enfermos, miro todas las camas y me imagino los rostros flacos, amarillentos, con los ojos hundidos… Hay noches en que oigo un gran suspiro, y al día siguiente se encuentra uno tieso en su camita, que después veo que lo sacan por esta puerta. La otra noche me despertó una gran voz que decía: “Madre mía, ¡Madre mía!”; en las primeras horas de la mañana, cuando entró la hermana, me dijo: “el número tanto amaneció muerto…

Y en uno de los poemas de esa agónica estadía anota:

Siento que mi pupila ya se apaga
bajo una sombra misteriosa y vaga.
Quizás cuando la luna se alce incierta
yo estaré ya lejos de la luz que vierta.
No sé quién de este mundo al fin me llama
de este mundo que no amo y que no me ama.

(“Voces de otra esfera”)

Para el historiador Guillermo Feliú Cruz, la publicación de la obra de “Pedro Antonio González fue un verdadero acierto para la editorial Nascimento. Hasta 1927 el volumen de Poesías llevaba cuatro ediciones”.

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El texto aquí publicado pertenece al libro Nascimento, el editor de los chilenos (2013)

Acerca del autor:
Felipe Reyes F.
Ha publicado la crónica biográfica Nascimento, el editor de los chilenos (2013); las novelas Migrante (2014) y Corte (2015); los ensayos Un reflejo en el agua movido por el viento (2019), Drago, oficio y escritura (2022) y los volúmenes recopilatorios Rodolfo Walsh, reportero en Chile (2017) y Roberto Arlt. La química de los acontecimientos. Crónicas y columnas desde Chile (2020), entre otros libros. 

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