UNA DANZA DE GESTOS
Organizar un horario con escasez de personal es difícil, pero imagina empezar un lunes vacío, sin nada de producción y con la persona encargada del área de las frituras libre. Al principio es difícil, pero te terminas acostumbrando. Los lunes son malos, nadie decide visitar una calle tan horrible como Duao un lunes. Avanza la semana y la carga laboral aumenta. Te preocupas de que todo salga lo más rico posible, da igual si los platos que te toca montar casi por improvisación son fancys o no, sólo importa el sabor. Sólo importa el rap dijeron unos raperos españoles que estaban inmiscuidos en la música.
Imagina revolver un risotto durante 20 minutos, imagina la ruleta de un revolver girar eternamente durante todo un servicio. ¿Cómo lo aguantas? La comanda arroja uno, después otro, y otro, y después dos más, y después cuatro. Listo: el paquete de arroz arbóreo que pretendías ocupar en la semana se agotó en dos horas. Piensas: un cacho menos, un plato menos que hacer mientras tienes tres reinetas y dos sierras en los sartenes a fuego bajo siendo laqueadas con mantequilla. Hay que procurar que su cocción sea lo mejor posible. Al mismo tiempo, revuelves un puré mientras cortas kale con la mano y sazonas un charquicán de cochayuyo. Lo pruebas, bajas el fuego y esperas a que lleguen un par de almejas frescas con las cuales se hace un entrante que está en la carta, pero que no sale nunca. ¿Qué pasa en ese momento? Salteas rápidamente cebolla en brunoise en un quemador. En paralelo, en otro fuego, hay seis a ocho almejas cociéndose en agua con sal y pimienta. Necesitas que se abran para poder pasarlas por la licuadora. Las sacas del fuego, se abren y se enfrían bajo un chorro de agua fría. Mezclas todo en la ninja chef, añades fondo de pescado, una a dos papas cocidas y licúas hasta lograr consistencia de crema. Vuelves al fuego, reduces y montas. Lo decoras con parmesano recién rallado y directo al cliente. Pruebas el plato y piensas: mierda, ¿por qué no probé esto antes? “Esta crema es típica de Boston, yo me traje la idea de allá. Eso sí, ahí agregan muchas más almejas y el sabor es potente. Probai un plato y te vuelves adicto” — me dice mi jefe—.
Cortar cebollas, cocer cochayuyo, moverse y gritar “voy” mientras pasas por detrás de tu compañero con una olla con agua hervida, procurar que los tres tipos de quínoa que tienes cociendo en algún fogón queden lo mejor posible, cruzar la calle con una bolsa de basura de diez o más kilos y volver rápidamente a la cocina para seguir en lo tuyo. Alain Passard menciona en un programa de televisión que su intromisión en el universo culinario fue, en cierta parte, por la intriga de los gestos que involucran cada movimiento en una cocina. Es una coreografía casi improvisada, una especie de freestyle que se va mecanizando a medida que el equipo se afiata y cada uno va conociendo sus tareas.
Existe una disciplina que cumplir: una que gira en torno al sabor y a la calidad de los productos a trabajar. Es casi un cliché, pero es un mantra con el cual todas las personas involucradas en la preparación de alimentos deberíamos lidiar: respetar el producto y su procedencia. Es importante saber cómo cocinar cada ingrediente para aprovechar su sabor y que el cliente pueda apreciar la cadena que hay detrás de cada plato que come. Es decir: todo tiene que estar lo más sabroso posible respetando al máximo sus tiempos de cocción y las formas de preparar dicho alimento. No poner demasiado mantequilla al pescado, no manipular en exceso el puré de papas para así no reventar el almidón para que el resultado final quede con una consistencia firme y no con una textura chiclosa y elástica. Lo mismo sucede con el pescado frito: es ideal hallar un balance en el batido, que no quede muy espeso, sino el resultado será una merluza con una gran costra sólida que tapará por completo el sabor de esta. Tampoco puede ser una mezcla demasiado líquida si no el batido no se terminará por adosar bien a la piel del pescado y al momento de freír este no logrará la consistencia ni la textura deseada. ¿Cuál es esa textura? La crocancia: esa capa que por efectos de la temperatura del aceite forma una barrera que en boca hace estallar cada escama, una orquesta de ruidos crujientes en una fritura bien realizada. Cuando comes un pollo frito coreano, plato que estaba en la carta y sólo algunos decidían comerlo, siempre hay que buscar una mordida chasqueante, que la carne de ave y el apanado ofrezcan su máxima resistencia. A eso le sumamos un rebosado a fuego alto en el sartén con una salsa compuesta en base a jengibre, ajo, mantequilla, sriracha, entre otros, que al momento de juntar esa salsa rojo rubí junto con el pollo frito nos da como resultado una amalgama de sabores que son una fiesta en la boca. Ese pollo lo terminas con semillas de sésamo blanco y cebollín cortado a la minuta. El sabor tostado del sésamo más la frescura y esas tonalidades un tanto ácidas que nos entregan las hojas de la cebolleta nos sirven para rebajar la grasitud de esta preparación recién salida de la freidora. La comida chatarra también tiene matices que pueden ser elegantes, ¿no?