Los estatistas clásicos, distinguen un estado como el conjunto de formas que puede tomar tanto el grupo como el individuo, principalmente en sus relaciones. Hay quienes relacionan estas visiones con los piantes cybernéticos (más estatistas que lugaristas), que analizan este estado según los input y output de la relación social, o bien, del sistema social que es Lo Piante. Los análisis más interesantes de esta corriente proponen que un conjunto de inputs que en Lo Prado o Lo Barnechea serían vistos como algo extraño y provocarían gestos de desprecio entre la población, en Lo Piante pueden ser elevados a la categoría de obra maestra en distintos géneros posibles. Visto así, Lo Piante sería una mera deformación de la realidad en que ciertos estímulos generarían respuestas inesperadas en sujetos neurotípicos. Respuestas que, además, son comunes en todos los habitantes de Lo Piante.
Como es de esperarse, cuando los sectores más románticos escuchan estos frívolos análisis que dejan a los piantes como unos bufones de sí mismos ante los ojos de Dios o la naturaleza, se disponen de inmediato a trabajar en una obra de teatro, un ensayo después, y una canción de estadio finalmente, en que se defiende una visión de Lo Piante como un lugar que se está perdiendo, cuyos caminos de acceso están cubriéndose por el follaje de la tecnología, haciendo a hombres y mujeres olvidar ese ser piante que llevan en sí mismos, ese ser desde el cual surgen creaciones de carácter tan elevado que quizás los dioses prefieren quedarse con la exclusividad de esas obras, y ocultarlas del resto de los mortales por medio del efecto amnésico propio de los elíxires que nos transportan a Lo Piante. Desgraciadamente los románticos suelen ser unos desenfrenados visitadores de Lo Piante, por lo que nunca terminan sus cometidos y los argumentos que esgrimen sólo los conocemos por quienes tomamos notas de sus comentarios antes de llegar juntos a Lo Piante.
Y junto a estatistas, estatistas unidos, piantes-cybernéticos y románticos, están los otros, los primeros, los que precisamente niegan que esto sea un estado o una situación, sino que es un lugar y sólo eso, como Lo Vásquez o Lo Pinto, pero de manera completamente diferente. Los geomaterialistas más recalcitrantes plantean que todo es sólo un lugar, una materia en el tiempo-espacio, por lo que Lo Piante es un lugar al que se llega a velocidades relativas que pueden alcanzar incluso 0 km/seg, pues no es el desplazamiento sino el ambiente, el entorno del espacio, en lo que Lo Piante surge y se desarrolla, y que es, por tanto, lo que llamamos Lo Piante: aquel lugar donde ocurre tal fenómeno. Argumentan, retóricamente, que sin duda cuando pensamos en las veces que hemos estado en este lugar, pensamos en un espacio, y que ese, y todos los espacios, son Lo Piante. Incluso se ha escuchado citar a cierto filósofo panteista en este punto, pero suele ocurrir que, como estas conversaciones siempre se dan en “dirección hacia Lo Piante”, hay un momento en que los carteles de la carretera advierten la pronta llegada a este lugar-estado (que, ya hemos dicho, no se mide en kilómetros que faltan sino en intuiciones cuantificables), generando cierta ansiedad que hace que todos vayan desviándose del tema. Si aún prima la discusión racional, los argumentos lógicos, es señal inequívoca de que aún no se ha llegado al centro de Lo Piante.
Hay un problema en este lugar llamado Lo Piante: la fragilidad de su existencia. Basta un leve exceso dentro del exceso, un pequeño asomarse del zapato por el precipicio, o que el tiempo continúe su paso hasta que ya dejemos de creernos súper humanos, para que todo se derrumbe, de a uno o de a todos, y se pase inevitablemente, como si nada, de Lo Piante al sueño, al olvido, a una cama que no es más que la banca de una plaza o la plena acera pública, o quizás una micro que nos lleva sentados y durmiendo de vuelta a la normalidad de nuestras casas.
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