El año 2017, buscando imitar el camino trazado por mis maestros, me lancé en un recorrido que tenía por misión cumplir con la colosal tarea rokhiana de Comer y beberse Chile. Mientras que, en paralelo, y a la manera de Alfonso Alcalde, levantaba un Derrotero de picadas que se convertiría en el libro que jamás lograría terminar.
Preparativos, inversiones, ahorros e incesantes lecturas eran parte de las rutinas diarias que sostuve durante un año con tal de cumplir la proeza. Llegado el día del viaje, las circunstancias, la vida y el yo siendo en su máximo fulgor se encargarían de dictar algo completamente distinto a lo planeado.
UN GRAN POZO DE AGUA NEGRA
Es el cuarto día de viaje, son las 7 a.m. y voy montado en un transbordador que surca el Canal de Chacao camino a la Isla Grande de Chiloé. Desde mi butaca veo cómo algunos de los tripulantes se toman fotografías, disfrutan del paisaje y de la fauna marina que escasamente se deja ver. En cuanto a mí, no queda otra que lamentarme. Preso de mis asuntos, repaso una y otra vez los hechos que me llevaron a extraviar la cámara que había comprado justamente para documentar el viaje. Lo peor de todo es que la perdí el día uno, después de atenderme en una famosa picada de Puerto Montt. El lugar lo propuso mi anfitrión, Javier Bruna Bernucci, amigo de larga data y quien por ese entonces era el cocinero estrella del restaurant Pa' mar adentro. Al tiempo después, y como un ejercicio a la memoria, decidí conservar lo sucedido en un poema:
En Cirus Bar nos castigamos
con sopaipillas cuadradas
y chupe de guatitas
Un buzo mariscador nos miraba
colgando desde el techo
Nunca se movió
y eso que le dimos
tres vueltas a la noche
Con el amanecer del borracho a cuestas
y ante la pérdida de lo único preciado
partimos por una pichanga del puerto
en Lo de Adela
que nos dejó entre pisco sours
chuecos y llorando
un gran pozo de agua negra
sobre lo único que había para llorar