El Sistema de opresión Cisheteropatriarcal ha afectado con sus fauces devoradoras a la “Humanidad” durante siglos. Las primeras y eternas víctimas de esta dolorosa Historia (con H mayúscula de Hombre, de Humanidad) han sido principalmente las mujeres, afectando violentamente la libertad que ellas tienen sobre sus cuerpos, sus pensamientos, sus derechos, su voz. La historia con minúscula, de voces múltiples y disidentes de este orden, y que se han rebelado ante tal opresión, nos cuenta que en el siglo XX y XXI hemos sido testigos de cómo ellas han ido “conquistando” (más lento de lo que quisiera) algunos espacios en lo que corresponde a igualdades en un sistema social y político que siempre estuvo construido para el libre albedrío de los Hombres, de Lo Masculino.
Desde mi militancia: artística, de izquierda, cola, loka, kuir, afeminada, las disidencias sexuales venimos detrás de estos “territorios ganados” por nuestras compañeras, “compitiendo” por habitar lentamente (también más lento de lo que quisiera) espacios de reconocimiento político-cultural y de respeto ante eso “otro” que no encaja en la binaridad masculino-femenino. Qué pena más grande constatar que la retórica de nuestras luchas siempre tenga que estar en clave de estrategia militar, hablando de conquistar, competir, ganar o perder.
No es novedad que este mismo modelo Patriarcal exige igualmente una “forma de ser” de Lo Masculino, exigiendo del Hombre ser aquel varón sostenedor de la familia, de la casa, del colegio, del auto, gran penetrador de falos gigantes siempre eréctiles y por añadidura, un ser humano desconectado de sus emociones por ser conductas atribuibles a “lo femenino”, es decir, débiles, cuestionables y que derrumban la ficción de su poderío genital.
Pero ¿Y qué pasa con aquel pequeño grupo de hombres cisgénero, heterosexuales disidentes de este Mandato Patriarcal establecido? ¿Qué pasa con los excluidos de ese discurso de Deberes Seres Masculinos, heredados como un lastre Histórico sobre sus cerebros, sus hombros, sus genitales?
La canción El Silencio de los artistas Ismael Rivera y Pablo Polidoro, se configura como un Himno Épico de aquella masculinidad igualmente lacerada por el Mandato Patriarcal del “deber ser” de un Hombre con mayúscula. Hablamos de dos artistas – el primero chileno y el segundo argentino – cuyos modos de proceder vitales e ideológicos, no adscriben con la manera en la que se nos ha contado la Historia Oficial, también con mayúsculas, de lo que implica SER Hombre. Enfrentados a un contexto que constantemente exige de ellos responder a ciertos patrones, El Silencio vibra como una rebelión poética de una bella y singular hombría que, como dice la letra intentó tapar tanto este hombre que soy, que no refleja en nada el que querían, un varón.