Conocí a Pablo de Rokha hace cuatro años, en Pekín. Residía yo allí entonces, como profesor de español. Don Pablo llegó con su hijo del mismo nombre, invitado oficialmente por el Gobierno, para escribir un libro sobre China. El propósito de los chinos era que don Pablo escribiera un libro de impresiones, un reportaje; pero a él le pareció que lo que le correspondía hacer era un libro de poemas. Se aceptó su sugerencia, y al cabo de dos meses entregó don Pablo cincuenta grandes poemas hechos con el mayor sacrificio, ya que a poco de llegar enfermó gravemente, y se empeñó en cumplir así, en ese estado, su compromiso.
Revista TRILCE de poesía, diciembre 1968 - enero 1969; año V. N° 14
Portada: Pintura de Paul Klee, Peces huyendo
Es claro, don Pablo tenía sus fobias, algunas de ellas perfectamente conocidas. Cuando se cruzaba en la conversación la gran sombra con la cual se había empecinado en luchar, era mejor guardar silencio. Se expresaba con tal seguridad, en forma tan rotunda e inapelable, que habría resultado ocioso contradecirle. Sin embargo, dejando de lado esta lamentable debilidad, sus juicios sobre cuestiones literarias y artísticas en general eran extraordinariamente certeros, y revelaban un buen gusto, casi infalible. Recuerdo los comentarios que hizo a unos cuadros chinos que le mostré. No creo que él hubiera estudiado nunca pintura china, ni creo tampoco que pintara; pero en cuanto vio un paisaje me dijo:
—Tiene un defecto. Hay allí una mezcla de dos estilos. Por una parte los árboles, las nubes están sugeridos con manchas; en cambio la casa está pintada con toda clase de detalles. El pintor debió hacer una cosa o la otra.
Efectivamente, el cuadro revelaba una mezcla de los dos grandes estilos de la pintura tradicional china: el estilo de esencias y el estilo de detalles.
Un día tuve la satisfacción de descubrir que era entusiasta de Baroja. Había leído El árbol de la ciencia en su juventud, y reconocido inmediatamente en su autor a un genio, cosa de la cual dejó constancia en una revista que publicaba en ese tiempo. No había releído la novela desde entonces, pero recordaba de ella lo suficiente como para comentarla en sus aspectos importantes.
Era don Pablo un profundo conocedor de la literatura española clásica. Había leído completo a Quevedo y sentía adoración por Cervantes. Como hombre apasionado y, por lo tanto, arbitrario, este entusiasmo por Cervantes lo llevaba a sentir una profunda antipatía por Lope. Creía que era un tipo de poco fiar, un malandrín que no había titubeado en cometer con Cervantes la piratería de publicar la segunda parte apócrifa del Quijote. Don Pablo afirmaba esto sin ningún género de dudas. El miserable de Avellaneda no podía ser sino Lope.
Yo, observando sus simpatías y antipatías literarias, creía advertir que en el fondo de ellas, más que juicios estéticos, lo que había en muchos casos eran juicios éticos. "Mal Hombre", "buen hombre" eran expresiones que a menudo se asociaban en su conversación a las figuras literarias que comentaba. Este rigorismo ético lo llevaba, es cierto, en muchas ocasiones a emitir juicios estéticos discutibles; pero considerada en sí misma esta posición moral ante la vida, es uno de los rasgos más nobles de su carácter. La delicadeza de conducta de don Pablo, su desprecio por las frivolidades, por las liviandades, por los oportunismos; el heroísmo con que llevó siempre una vida limpia, son cosas que nunca podrán ser suficientemente destacadas. Don Pablo podía ser arbitrario, injusto en muchos casos; tenía manías; pero nadie podrá decir de él que cometió jamás una bajeza. Si atacaba, atacaba de frente, con grandes letras de molde, y de la justicia o injusticia de sus palabras respondía claramente.
La delicadeza de conducta de don Pablo se advertía incluso en cuestiones nimias, en el temor que manifestaba, por ejemplo, de resultar inoportuno en una casa, él, en cuya casa todos eran recibidos con hospitalidad. Llevaba sus escrúpulos a resistirse a usar (por temor de abusar), de las comodidades que le proporcionaban los chinos, y que otros extranjeros reclamaban como un derecho. Al dar las ocho, aunque estuviera en el momento más animado de la charla, se levantaba y despedía. Cuando le instábamos a quedarse, pues a todos nos interesaba oírlo, explicaba que el auto, aunque estaba a su disposición, no era suyo, y que el chofer estaba esperando abajo desde hacía ya dos horas.
NOTA: La crónica Pablo de Rokha, homenaje de Eugenio Matus publicado en diciembre de 1968, a pocos meses de la muerte del poeta de Licantén, fue extraída de la Revista TRILCE, N°14, dirigida por Omar Lara y diagramada por Waldo Rojas. En la misma entrega, colaboran Jorge Teillier, Pedro Lastra, Floridor Pérez, Manuel Silvacevedo, entre otros.
Los poemas que Pablo de Rokha escribió en su paso por China, y que dan cuenta esta crónica, fueron recogidos para la primera edición en español de China Roja (Ediciones Estrofas del Sur, 2020), libro que fue posible gracias al trabajo del escritor Alejandro Levquén y el historiador José Miguel Vidal: “Durante años —menciona Levquén en un artículo de opinión publicado en el portal de Cooperativa— se pensó que China Roja había sido solo un anuncio de libro, pues nadie sabía o daba cuenta de su existencia, hasta que en 2014 me enteré de la publicación gracias a una conversación casual, en una librería que tuve en Av. Providencia, con el historiador José Miguel Vidal, radicado en Shanghái y que andaba en busca de unos libros de su especialidad. Vidal me consultó por unas primeras ediciones de Pablo de Rokha que le llamaron la atención, entonces le conté que el poeta también había estado en China. A los pocos meses de regresar al país asiático el profesor me escribió un correo contándome que había encontrado un libro de Pablo de Rokha llamado Xiangei Beijing de songge. Tras algunas investigaciones pudimos concluir que se trataba del mismo libro que en la bibliografía rokhiana aparecía con el título de China Roja, pero que nunca había sido publicado en español ni se conocían los manuscritos. El libro publicado en China contenía solo 20 de los 50 poemas originales, que son los que Ediciones Estrofas del Sur hoy rescata del olvido haciendo justicia con el legado del poeta, que al decir de muchos es “el más grande de la lengua castellana”, como lo afirmaron León Felipe y Carlos Droguett”.
*Agradecimientos al profesor y traductor Edgardo Arnal Morey por hacernos llegar el ejemplar de la Revista TRILCE.
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