CRÓNICA

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Pablo de Rokha

Por Eugenio Matus

Conocí a Pablo de Rokha hace cuatro años, en Pekín. Residía yo allí entonces, como profesor de español. Don Pablo llegó con su hijo del mismo nombre, invitado oficialmente por el Gobierno, para escribir un libro sobre China. El propósito de los chinos era que don Pablo escribiera un libro de impresiones, un reportaje; pero a él le pareció que lo que le correspondía hacer era un libro de poemas. Se aceptó su sugerencia, y al cabo de dos meses entregó don Pablo cincuenta grandes poemas hechos con el mayor sacrificio, ya que a poco de llegar enfermó gravemente, y se empeñó en cumplir así, en ese estado, su compromiso.

Cuando lo conocí estaba en el período de convalecencia. Se veía, sin embargo, robusto y enérgico; aunque no pude reconocer en él, ni lejanamente, al Pablo de Rokha de la leyenda, al energúmeno, al terrorista, al poeta inculto, todo él fuerza bruta mal empleada. Don Pablo era un hombre fino, aunque parezca ésta una declaración insólita a más de alguien, un hombre delicado de sentimientos, delicado de conducta, que es lo que importa, y de una formación humanística que ya quisieran poseer muchos de sus detractores. Había leído a los clásicos en latín, conocía bien la filosofía idealista alemana, el marxismo, y se movía en el campo de la literatura universal con la naturalidad de quien ha leído y entendido, y que tiene frente a cada cosa una posición firme y responsable. No era, sin embargo, un pedante. Lejos de eso. Era un hombre cordial, de gran simpatía humana, de un notable sentido del humor, y que gozaba charlando con aquellas personas que le inspiraban confianza y con quienes, generosamente, hacía muy pronto amistad. Tuve la fortuna de encontrarme entre estos últimos.

Don Pablo, como invitado oficial, vivía en el Hotel Hsin Chiao; pero se aburría allá, y por las tardes, terminada su jornada de trabajo (escribía y atendía las consultas del traductor al chino de sus poemas), venía al Hotel de la Amistad, donde vivíamos los especialistas extranjeros, a charlar con el pequeño grupo de sus amigos.

Salíamos a dar un paseo por el parque del hotel, o si el tiempo estaba malo, se quedaba en nuestro departamento. Hacía vida familiar con nosotros. Mi chica, de dos años entonces, se le montaba en las rodillas y le hacía sus gracias. Don Pablo recordaba en esas ocasiones a una niñita de la misma edad, que vivía en su casa, y a quien llamaba Sandrita. Contaba don Pablo con su poderosa voz (esa voz destinada al insulto y a la injuria según se dice), las habilidades de Sandrita.

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Revista TRILCE de poesía, diciembre 1968 - enero 1969; año V. N° 14
Portada: Pintura de Paul Klee, Peces huyendo

Es claro, don Pablo tenía sus fobias, algunas de ellas perfectamente conocidas. Cuando se cruzaba en la conversación la gran sombra con la cual se había empecinado en luchar, era mejor guardar silencio. Se expresaba con tal seguridad, en forma tan rotunda e inapelable, que habría resultado ocioso contradecirle. Sin embargo, dejando de lado esta lamentable debilidad, sus juicios sobre cuestiones literarias y artísticas en general eran extraordinariamente certeros, y revelaban un buen gusto, casi infalible. Recuerdo los comentarios que hizo a unos cuadros chinos que le mostré. No creo que él hubiera estudiado nunca pintura china, ni creo tampoco que pintara; pero en cuanto vio un paisaje me dijo:

—Tiene un defecto. Hay allí una mezcla de dos estilos. Por una parte los árboles, las nubes están sugeridos con manchas; en cambio la casa está pintada con toda clase de detalles. El pintor debió hacer una cosa o la otra.

Efectivamente, el cuadro revelaba una mezcla de los dos grandes estilos de la pintura tradicional china: el estilo de esencias y el estilo de detalles.

Un día tuve la satisfacción de descubrir que era entusiasta de Baroja. Había leído El árbol de la ciencia en su juventud, y reconocido inmediatamente en su autor a un genio, cosa de la cual dejó constancia en una revista que publicaba en ese tiempo. No había releído la novela desde entonces, pero recordaba de ella lo suficiente como para comentarla en sus aspectos importantes. 

Era don Pablo un profundo conocedor de la literatura española clásica. Había leído completo a Quevedo y sentía adoración por Cervantes. Como hombre apasionado y, por lo tanto, arbitrario, este entusiasmo por Cervantes lo llevaba a sentir una profunda antipatía por Lope. Creía que era un tipo de poco fiar, un malandrín que no había titubeado en cometer con Cervantes la piratería de publicar la segunda parte apócrifa del Quijote. Don Pablo afirmaba esto sin ningún género de dudas. El miserable de Avellaneda no podía ser sino Lope.

Yo, observando sus simpatías y antipatías literarias, creía advertir que en el fondo de ellas, más que juicios estéticos, lo que había en muchos casos eran juicios éticos. "Mal Hombre", "buen hombre" eran expresiones que a menudo se asociaban en su conversación a las figuras literarias que comentaba. Este rigorismo ético lo llevaba, es cierto, en muchas ocasiones a emitir juicios estéticos discutibles; pero considerada en sí misma esta posición moral ante la vida, es uno de los rasgos más nobles de su carácter. La delicadeza de conducta de don Pablo, su desprecio por las frivolidades, por las liviandades, por los oportunismos; el heroísmo con que llevó siempre una vida limpia, son cosas que nunca podrán ser suficientemente destacadas. Don Pablo podía ser arbitrario, injusto en muchos casos; tenía manías; pero nadie podrá decir de él que cometió jamás una bajeza. Si atacaba, atacaba de frente, con grandes letras de molde, y de la justicia o injusticia de sus palabras respondía claramente.

La delicadeza de conducta de don Pablo se advertía incluso en cuestiones nimias, en el temor que manifestaba, por ejemplo, de resultar inoportuno en una casa, él, en cuya casa todos eran recibidos con hospitalidad. Llevaba sus escrúpulos a resistirse a usar (por temor de abusar), de las comodidades que le proporcionaban los chinos, y que otros extranjeros reclamaban como un derecho. Al dar las ocho, aunque estuviera en el momento más animado de la charla, se levantaba y despedía. Cuando le instábamos a quedarse, pues a todos nos interesaba oírlo, explicaba que el auto, aunque estaba a su disposición, no era suyo, y que el chofer estaba esperando abajo desde hacía ya dos horas.

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Interior Revista TRILCE. Fotografía: Pablo de Rokha y su hija Lukó 

Un día me dijo que quería pedirme un favor. Necesitaba mandarse hacer un par de zapatos y no quería servirse para esta diligencia del interprete chino. Quería que lo acompañara yo. Don Pablo pensaba seguramente, por haberme oído decir dos o tres frases en chino en el comedor, que yo sabía lo bastante como para traducir.

—Vamos, don Pablo —le contesté—. Mi hijo mayor, Félix, que habla perfectamente el chino, le servirá de traductor.

Fuimos a un taller de calzado de la calle Wang Fu-ching que le habían recomendado, y allí don Pablo explicó lo que quería, sirviéndose de un intérprete de apenas diez años de edad.

Como siempre suele ocurrir en China, el taller se llenó en seguida de gente que nos miraba con curiosidad. Se apretujaban los chinos en torno de don Pablo, daban su opinión sobre los zapatos y parecían muy interesados en la operación. De pronto uno de los zapatos de don Pablo desapareció. Lo buscamos por todas partes, y lo descubrimos por fin en manos de unos soldados que lo examinaban atentamente, haciendo animados comentarios. A don Pablo le hizo mucha gracia esto.

A la salida me dijo que quería hacerle un regalo a mi hijo por el servicio que le había prestado. Entramos en los Grandes Almacenes y allí, en la sección confitería, le compró un enorme paquete de caramelos, enorme como todas las cosas que hacía él.

Otro día fuimos a la avenida Chien Men, porque quería comprarse un abrigo. Se compró un abrigo de cuero, cruzado, que con la gorra de visera que tenía, le daba un curioso aspecto de militar. Es la estampa de don Pablo que han popularizado sus últimas fotografías.

Don Pablo había ido a China por dos meses, y permaneció seis. Al final estaba cansado y quería regresar a Chile. En ese lapso aparecieron en el Diario del Pueblo muchos de sus poemas traducidos. Don Pablo se sentía feliz por esto. Le conmovía la idea de ser leído por millones de chinos. Imagino que alguna vez se hará la edición castellana. Algunos de los poemas que me mostró eran sencillamente geniales, como una oda, monumental, al río Yang Tzé.

El proceso de traducción, por lo que decía don Pablo, no dejó de tener su lado pintoresco. El traductor chino, que como todos los chinos hablantes en español, era un experto gramático, se desconcertaba ante la muchas veces caprichosa sintaxis de don Pablo.

—Poeta —le decía—, no encuentro el sujeto de esta oración.

Don Pablo montaba en cólera. No comprendía cómo se podían hacer preguntas semejantes.

—Pero es que antes de traducir —insistía el traductor—, yo tengo que hacer un análisis sintáctico, tengo que entender el texto desde el punto de vista gramatical.

—Está usted perdiendo el tiempo —le replicaba don Pablo—, porque yo tengo mi propia Gramática, que seguramente no coincide casi en nada con la que aprendió usted.

La última vez que vi a don Pablo fue en Chile, en su casa de la calle Valladolid. Seguramente ya sabía, por información de algunos chilenos llegados antes que yo, de algunas dificultades que tuve en el último tiempo con los amigos chinos y que en el momento de ocurrir, sinceramente me parecieron importantes. Don Pablo me invitó a comer, y estuvimos hablando largo rato. Observé que eludía el tema de China. De pronto, después de una larga pausa, en la que había permanecido meditativo, me miró fijamente y me dijo:

—Amigo Matus, esas anécdotas...

Y no agregó más. Comprendí perfectamente. Y más que eso, después le he encontrado toda la razón. Don Pablo me había dado delicadamente un buen consejo.

Tiempo habrá en el futuro, y largo, para ocuparse del genio de Pablo de Rokha, de lo que significa su presencia en la poesía en lengua española. El pleno reconocimiento vendrá, no cabe duda. No he querido hablar por eso de su poesía ahora. Ya el tiempo hará su oficio. El homenaje con que me asocio de todo corazón al que le rinde la revista TRILCE en este número, no son más que estas notas apresuradas, en las que he querido entregar, sin embargo, algo inmensamente valioso para mí: el recuerdo que tengo de él.

*****


Eugenio Matus (1929-1997). Crítico y novelista. Profesor de Literatura Española en la Universidad Austral de Chile, autor de varios estudios literarios, entre ellos La técnica novelesca de Pío Baroja (1961). De sus novelas, destacan Mientras amanece y Encuentro en Tánger.

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Pablo de Rokha en China. Imagen recogida de Memoria Chilena

NOTA:  La crónica Pablo de Rokha, homenaje de Eugenio Matus publicado en diciembre de 1968, a pocos meses de la muerte del poeta de Licantén, fue extraída de la Revista TRILCE, N°14, dirigida por Omar Lara y diagramada por Waldo Rojas. En la misma entrega, colaboran Jorge Teillier, Pedro Lastra, Floridor Pérez, Manuel Silvacevedo, entre otros.

Los poemas que Pablo de Rokha escribió en su paso por China, y que dan cuenta esta crónica, fueron recogidos para la primera edición en español de China Roja (Ediciones Estrofas del Sur, 2020), libro que fue posible gracias al trabajo del escritor Alejandro Levquén y el historiador José Miguel Vidal: “Durante años —menciona Levquén en un artículo de opinión publicado en el portal de Cooperativa— se pensó que China Roja había sido solo un anuncio de libro, pues nadie sabía o daba cuenta de su existencia, hasta que en 2014  me enteré de la publicación gracias a una conversación casual, en una librería que tuve en Av. Providencia, con el historiador José Miguel Vidal, radicado en Shanghái y que andaba en busca de unos libros de su especialidad. Vidal me consultó por unas primeras ediciones de Pablo de Rokha que le llamaron la atención, entonces le conté que el poeta también había estado en China. A los pocos meses de regresar al país asiático el profesor me escribió un correo contándome que había encontrado un libro de Pablo de Rokha llamado Xiangei Beijing de songge. Tras algunas investigaciones pudimos concluir que se trataba del mismo libro que en la bibliografía rokhiana aparecía con el título de China Roja, pero que nunca había sido publicado en español ni se conocían los manuscritos. El libro publicado en China contenía solo 20 de los 50 poemas originales, que son los que Ediciones Estrofas del Sur hoy rescata del olvido haciendo justicia con el legado del poeta, que al decir de muchos es “el más grande de la lengua castellana”, como lo afirmaron León Felipe y Carlos Droguett”. 

*Agradecimientos al profesor y traductor Edgardo Arnal Morey por hacernos llegar el ejemplar de la Revista TRILCE. 

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