MÁS ALLA DE LA VACUIDAD
Más allá de la vacuidad
y las imágenes impermanentes.
Sus emociones ilusorias
van de un libro a otro
en el extremo de la sala
revoloteando como una polilla.
Él riega las plantas.
Es otoño.
Las hojas caen.
Las niñas duermen.
RECOGIENDO LOS TROZOS DEL JARRÓN
Recogiendo los trozos del jarrón
me encuentro tirado en el suelo.
Dicen que los japoneses pegan las roturas con oro
porque muestran la historia, la experiencia.
Deben ser mitos de google,
de gurúes afiebrados, pero el proceso se llama:
Kintsugi.
Las piezas están tiradas por la casa.
Algunas piezas ya no se encuentran más,
hechas polvo se esparcieron o volaron por la ventana.
Algunas partes ya no encajan
y cuando logro armar la estructura general
hay varios forados que dejan entrar la luz.
El jarrón original contenía agua, pienso,
este jarrón roto deja entrar la luz.
RAÍZ
Extraño Talca.
Pero una Talca que no encontraría en Talca.
La de Vergara caminando desde la ex Boulevard
a la casa.
La de los libros Mitzy.
La de los completos sin salsa americana.
La de mi mamá y sus sopaipillas
y la de mi papá trayendo el diario todos los días.
La Talca de un árbol retorcido en la alameda
entre 8 y 9 oriente que en mi última visita
descubrí habían talado los brutos.
La de los mote con huesillos con la Roxana.
La del 243912 y las llamadas a escondidas
o la de los baby fútbol con el Guille, el David,
el Carlos Guatón.
La punta del cerro de la virgen
y un pitazo de marihuana con el Banana.
Extraño Talca pero Vergara ya no está en Talca.
Ya no soy de Talca
y ya nunca seré de ninguna parte.
Mi papá se ha vuelto un Lolo.
Mi madre muerta
Mi madre muerta Mi madre muerta
De Precipicio Adentro
(2020)
*
JUAN SOTO POBLETE, EL OBRERO
Dentro de lo mucho que se ha tomado la
constructora en abrir las anchas alamedas
por donde caminará el hombre libre para
construir una sociedad mejor, Juan Soto
Poblete se viste de fosforescencias amarillas
o naranjas, de acuerdo a la cantidad de
polvo que le entre por los pulmones.
La cantidad de polvo está supeditada al aire
El aire está supeditado al movimiento de
los árboles
para los antiguos el viento nace de las copas de los árboles
de las copas una a una se puede identificar
el hígado apolillado de Juan Soto.
Porque Juan Soto empina el codo, aunque
para él eso no significa un mal, salvo
cuando su hija lo mira a los ojos y sus ojos
inyectados en sangre en la mona imperecedera
de los domingos que ya no se consagran
a Dios, porque Dios ignora a quiénes
lo consagran.
Eso sí lo sabe Juan Soto Poblete, el obrero.
Cuando matraca el taladro en el concreto
obsoleto, se levanta un polvillo plomizo
que se arraiga huérfano en los alvéolos, y se
osmosita hacia la sangre y gracias al circuito
se aloja en el cerebro recreando hermosas
visiones de derrumbes y torres cayendo en
efecto dominó o en pisos cerrándose uno
sobre otro como un acordeón.
¿Cómo suenan los concretos pulverizados
en el cerebro?
¿Cómo crujen los huesos entre el piso 1 y 9
o entre el 7 y el 3?
¿Qué música se destripa en caída libre?
Juan Soto Poblete conoce las respuestas y
no escatima en palabras
salvo a la hora de la colación:
ahí, como a los perros rabiosos, mejor ni
acercarse
EN ALGÚN PUNTO DE LA CIUDAD SE HA PERDIDO LEÓN BRICEÑO
"Me moriré en París con aguacero
un día del cual ya tengo el recuerdo.
Me moriré en París –y no me corro-
Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
"
César Vallejo
En algún punto de la ciudad se ha perdido
León Briceño.
Nadie llora su ausencia.
No ha dejado carta, no ha dejado nota,
a nadie avisó lo que haría con su vida.
Sus padres, tan cansados y viejos
como tan cansados y viejos están los estandartes soviéticos,
Han vendido la poca ropa de León Briceño
y sus libros que no fueron canjeados por
Best Sellers
han ido a caer en manos de familiares
analfabetos
o en lo más rojo del fuego en un asado de
domingo.
Sus padres, tan resquebrajados y desmotivados
como tan resquebrajados y desmotivados
están los viejos estandartes soviéticos,
han perdido las esperanzas en su primogénito
perdido
y ya no creen ni en hijos pródigos
ni en Dostoievski diciendo que el delincuente
siempre vuelve a la escena del crimen.
De vez en cuando la madre arregla un lugar
más en la mesa
de vez en cuando creen ver en el nieto
el motivo que hará que León Briceño regrese
por su propia cuenta.
A veces parece ser más útil
arrancar un par de hojas de la libreta matrimonial
y limpiarse por fin de lo que queda de tristeza.
En alguna punta de la ciudad ha desaparecido
León Briceño.
Por algún tiempo,
Los amigos visitaron las bibliotecas donde
pasaba horas:
creyeron ver un vestigio de su sombra
en ciertos versos de Pablo de Rokha.
Creyeron verlo en esa novela que fue,
es y será, para y por siempre
la gran Biblia y la perdición de todos los
errantes poetas
mediocres valientes sublimes que pueblan
el cinturón marginal,
la atadura de todos los que día a día por el
mundo se hunden
se hunden
y se hunden
pero no mueren.
Para la mayoría
León Briceño no fue más que una línea en
el registro civil
una sombra pardusca sobre las paredes
una de esas cabezas azotadas en el limbo
profundo
en el limbo hermético lúcido de todos los
que día a día
por el mundo se hunden
se hunden
y se hunden
pero no mueren.
Por cierto ángulo filoso de la ciudad debe
andar León Briceño.
No ha dejado carta, no ha dejado notas,
nadie advirtió lo que planeaba hacer con
su vida.
Por alguna esquina debe estar doblando en
este instante
por cierta carretera gris debe ir respirando
humedad
por cierta carretera oscura se debe estar
hundiendo
por cierta carretera oscura debe ir dejando
huellas
como revancha por todas esas huellas
que quiso y no pudo dejar en lo bestial
incierto, indefectiblemente falaz
de este lado del mundo
el lado purulento de nuestro mundo
el lado injusto de nuestro mundo
el lado monstruoso de nuestro mundo.
De Obreros
(2021)
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