POESÍA

Mobirise

La península 

Ignacio Mardones Nally 

Priscila


Esa mujer tiene cara de Priscila.
Con ese peinado su cabeza parece un animal
de sonoridades extrañas.

La inteligencia rodea su cuerpo como placenta fresca.
Pero ella fijó sus ojos en mí una tarde
cuando los edificios amenazaban.

Los carteles lucían oscuros, detrás estaba el sol.
En la lentitud de abril es normal detectar ventanas rotas
y ver en el futuro un arma cargada.
Un revólver de muchos destellos.

Llamaré al cielo tal cual lo observe, Priscila.
Y en los cambios será un grito fugitivo
hasta que mi boca se vuelva ágil y lo rebane: excéntrico, ansioso
delgado como una línea fuera del jardín.

Esos terrenos deshabitados distorsionan mi realidad.
Al imaginarlos están menos solos y yacen en su tragedia
–intocables como un frío omnipresente.

Rebeca

La impureza: lo que no duele, lo que no toca 
su sensibilidad
a horas indicadas.

¿Quién vendrá hacia ella?
Sicarios, palomas, arlequines en zancos:
deficientes déjà vu.

Mejor ver el humo pasar, aprender del estrangulamiento
que provocan esos químicos
a las deidades famosas.

Pascale 

Una estrella negra y delirante 
diminuta en el universo cavernoso
la hace pensar en Dios, en el Ganges, en el Himalaya
sin nieve en la cumbre. Ningún bosque
ningún filo maderero en las aristas opacas.
Sin embargo, si tuviera rostro masculino
llevaría piercings en las mejillas
gotas de tequila a la altura de los ojos
transformadas en vaho por alguno de sus fuegos.

Como ella, yo habría esperado ser
un espadachín que desenvaina
y luego hunde sus pies en el río, pero no.
En la otra orilla los saltamontes harnean la tierra
(hacen mi trabajo), álamos curvos nos saludan
y ese gesto cruza los rieles.
Mi cuerpo no fingirá un viaje verde
sólo para verlos quebrarse.

A cambio está dispuesta a presionar su globo ocular.
Instruir el nacimiento de arcos tornasoles, figuras iridiscentes:
el aceite de motor y su metamorfosis
en aguas tranquilas.

Los escombros de estatuas experimentan la misma precisión.
Debe despedirse de las imágenes familiares
–amigos o enemigos modelados en piedra
incluso reflejos en las vitrinas
de su hermosa cara (el inevitable pánico que siente)
las veces que de súbito se voltea
porque un mendigo la agarra del brazo
para decirle que si lo ayuda
será recompensada.

Mobirise

Diana

Las lagartijas copulan en sus trenzas
porque ella duerme.

En un puente está la otra.
Acaricia barandas receptoras de lluvia.
No tiene castigo.
Contempla los hierbajos de menta y jazmín.
Furia y obsesión.

Regresará para obtener su premio:
dos colas inquietas
que esmaltarán sus uñas.
Hablará por última vez para decir:
“Adiós niña romana, gracias por estos
tallos sangrientos”.

Irene

Sabemos de la vida gigantesca, mayor que un florero

repleto de pétalos antiguos o dos halcones
que anhelan compartir un cuerpo de agua
y les es imposible.

Por esta razón Irene hace durar
los objetos de su simpatía:
los campos de fuerza
de castillos en el aire, el aluminio de bodegas
para el nuevo mundo.

En nuestro destino revelado hay un hijo.
Ella no me permite verlo porque soy algo así
como un sauce menor.
Y llueve y llueve y después se despeja
y el día renace, aunque eso no significa que nos
encontramos.

Aura

La mano derecha quita el caracol de su cintura
y lo devuelve a la tierra.

La izquierda saluda al astro blanco
que a las cuatro de la tarde
coexiste con la luz total.

Diez metros atrás estuvo la puerta de su muerte
que Aura atravesó sin abrir
como un fantasma ya constituido.

Su mente se transfigura en un canasto
que cruje ante la imagen más sutil.

Ahora ella cruza el bosque de cigarras
hacia la fuente de los deseos
donde las monedas flotan.


Ignacio Mardones Nally (Santiago, 1990). Estudió cine, ha escrito guiones y realizado servicios editoriales. Actualmente trabaja como editor.

*La selección de textos aquí presentada fue extraida de La península, su primer libro.

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