Priscila
Esa mujer tiene cara de Priscila.
Con ese peinado su cabeza parece un animal
de sonoridades extrañas.
La inteligencia rodea su cuerpo como placenta fresca.
Pero ella fijó sus ojos en mí una tarde
cuando los edificios amenazaban.
Los carteles lucían oscuros, detrás estaba el sol.
En la lentitud de abril es normal detectar ventanas rotas
y ver en el futuro un arma cargada.
Un revólver de muchos destellos.
Llamaré al cielo tal cual lo observe, Priscila.
Y en los cambios será un grito fugitivo
hasta que mi boca se vuelva ágil y lo rebane: excéntrico, ansioso
delgado como una línea fuera del jardín.
Esos terrenos deshabitados distorsionan mi realidad.
Al imaginarlos están menos solos y yacen en su tragedia
–intocables como un frío omnipresente.
Rebeca
La impureza: lo que no duele, lo que no toca
su sensibilidad
a horas indicadas.
¿Quién vendrá hacia ella?
Sicarios, palomas, arlequines en zancos:
deficientes déjà vu.
Mejor ver el humo pasar, aprender del estrangulamiento
que provocan esos químicos
a las deidades famosas.
Pascale
Una estrella negra y delirante
diminuta en el universo cavernoso
la hace pensar en Dios, en el Ganges, en el Himalaya
sin nieve en la cumbre. Ningún bosque
ningún filo maderero en las aristas opacas.
Sin embargo, si tuviera rostro masculino
llevaría piercings en las mejillas
gotas de tequila a la altura de los ojos
transformadas en vaho por alguno de sus fuegos.
Como ella, yo habría esperado ser
un espadachín que desenvaina
y luego hunde sus pies en el río, pero no.
En la otra orilla los saltamontes harnean la tierra
(hacen mi trabajo), álamos curvos nos saludan
y ese gesto cruza los rieles.
Mi cuerpo no fingirá un viaje verde
sólo para verlos quebrarse.
A cambio está dispuesta a presionar su globo ocular.
Instruir el nacimiento de arcos tornasoles, figuras iridiscentes:
el aceite de motor y su metamorfosis
en aguas tranquilas.
Los escombros de estatuas experimentan la misma precisión.
Debe despedirse de las imágenes familiares
–amigos o enemigos modelados en piedra
incluso reflejos en las vitrinas
de su hermosa cara (el inevitable pánico que siente)
las veces que de súbito se voltea
porque un mendigo la agarra del brazo
para decirle que si lo ayuda
será recompensada.